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La luz se opone a las tinieblas. (Meditación para la Misa del día de la Natividad del Señor).

   Meditación.

   La luz se opone a las tinieblas.

   Vivimos en un mundo en el que la felicidad se opone a la desdicha, el bien se opone al mal, la tristeza se opone a la alegría, y el excesivo amor propio de los hombres nos impide olvidarnos del nosotros en un mundo que sufre las consecuencias por no hablar de nosotros al vivir en comunidad fraterna, y, por ello, no nos es posible el hecho de alcanzar el estado de felicidad que anhelamos.
   Desde la medianoche estamos celebrando intensamente el Nacimiento de Jesús, una fiesta cuyo sentido la Iglesia, más que a considerar el Nacimiento virginal del Mesías, nos insta a comparar el mismo con el significado de la conversión al Evangelio, la cual nos insta a que, rechazando todo lo que nos impide alcanzar la plenitud de la felicidad que ansiamos, nos inste a cambiar nuestros defectos por virtudes, para que, después de cambiar nosotros, tengamos motivos fiables para desear luchar ardientemente por la transformación que necesariamente ha de llevarse a cabo en el mundo, con el fin de que Jesucristo concluya la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros.
   Al escribir estas líneas, recuerdo el caso de una pequeña parroquia cuya feligresía acordó hacer una colecta para hacer una pequeña escenificación del Nacimiento de Jesús. En aquel tiempo en el que faltaba menos de un mes para la celebración de la Navidad, el sacerdote comenzó el curso catequético de los niños que aquel año recibirían por primera vez a Jesús en la Comunión. Entre el grupo de niños, había una niña a la que su madre le dijo que le dijera al sacerdote que, dado que su familia era muy pobre, aquel año no podía comprarle el Catecismo. Por su parte, el sacerdote, con el dinero que le sobró de la colecta que se hizo para adquirir las figuras del Nacimiento de Jesús, le compró a la pequeña el Catecismo, lo cual enfureció mucho a las madres de los compañeros de la niña pobre y a quienes participaron en la citada colecta, los cuales decían que, o se les regalaba el catecismo a todos los niños, o todos tenían que comprarlo, sin entender la pobreza de una familia cargada de niños y de deudas, cuya hija mayor iba a recibir a Aquel que nos ama a todos, independientemente de nuestro estado social.
   Yo entiendo que las riquezas de la Iglesia hacen que quienes gustan de contemplarlas se sientan llamados a la vivencia de nuestra fe universal, pero, en lugar de gastar cantidades astronómicas en la construcción y en la reedificación de templos, ¿no podría la Iglesia apostar por socorrer a los pobres del mundo, muy especialmente en este tiempo de crisis?
   Muchas veces protestamos porque el aborto y la eutanasia se extienden por el mundo a nivel legal, porque desaparecen nuestros valores cristianos, porque cada día nuestros templos están más vacíos, porque los jóvenes cada día desconocen más la Palabra de Dios, etcétera, pero, a pesar de ello, ¿nos hemos puesto a pensar si somos capaces de amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios?
   ¿De qué nos sirve representar a Jesús en su Pasión y muerte cubierto de oro y a María cargada de joyas y flores, cuando ello insulta al mismo Dios, al cual, el mejor culto que podemos ofrecerle, consiste en auxiliar a nuestros hermanos los pobres?
   Contrasta brutalmente la comparación entre el lujo característico de muchos de nuestros templos y la misión que Dios desempeña en la Biblia, el cual, siendo rechazado por los poderosos de entre sus feligreses, se convierte en la protección de los pobres y en la esperanza que caracteriza a los mismos de vivir en un Reino en el que no existirá la marginación social.
   Isaías escribió con respecto a Jesús, el texto de IS. 25, 1-9.
   En este tiempo en el que los niños están ilusionados con el hecho de recibir sus regalos navideños, recuerdo los años de mi infancia, y me sorprendo al ver cómo cambia la vida de los niños con respecto a los años en que fui educado (la década de los ochenta) hasta nuestros días. En los años de mi niñez en España se nos agilizaba mucho a los niños la memoria haciéndonos aprender canciones y textos diversos. Cuando nos hablaban de lo importante que era para nosotros el hecho de jugar, se nos insistía mucho en lo importante que era el hecho de que conociéramos muchos juegos diferentes, dado que ello nos ayudaría a crecer psicológicamente, al aprender que podemos afrontar y confrontar las situaciones que vivimos de formas diversas.
   Prácticamente a finales del primer decenio del siglo XXI, existe en España un problema en los niños que se ha extendido más de lo que ya lo estaba en el tiempo de mi infancia, el cual es la obesidad. Veo en mi pueblo a un montón de niños que sólo saben jugar al fútbol, y, a los que no tienen la dicha de poder jugar fuera de sus casas, se les ve en masa pasando horas y horas frente a la videoconsola o el ordenador. Veo que a los niños de este tiempo no suele faltarles amor propio, pero también veo que a muchos de ellos se les hace muy cerrados de mente.
   Os he hablado de los niños para que así podamos recordar que en nuestro crecimiento espiritual podemos parecernos a ellos, en el sentido de que, según es la educación que los cuales reciben, adquieren conocimientos y valores que, o bien les son útiles, o bien limitan las posibilidades que tienen de desarrollarse adecuadamente en su entorno social.
   Concluyamos esta meditación comprometiéndonos a imitar a Jesús, pues Nuestro Señor dijo en cierta ocasión, las palabras que encontramos en MT. 13, 44.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com