Meditación.
Pongámonos en camino.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestras relaciones familiares? Aunque creamos que nos mantenemos perfectamente vinculados a las personas que más amamos, es probable que exista la posibilidad de mejorar la calidad de las relaciones que mantenemos con las mismas, por ejemplo, aumentando las atenciones que tenemos con ellas, dedicando más tiempo a conversar con ellas, etcétera.
Alfredo es un gran trabajador, de hecho, hace años, todos los días, -incluso los fines de semana-, desde las ocho de la mañana, hasta las doce de la noche, trabajaba, bien en su despacho, bien visitando a sus clientes, porque se preocupaba demasiado por mantener el elevado tren de vida de su familia. Ante la insistencia de Rosa, -su esposa-, un día de Navidad, Alfredo rehusó a trabajar durante la tarde, con la intención de pasar unas horas con su mujer y su hija Ana.
Contra todo pronóstico que la familia hubiera podido haber esperado, en parte, el encuentro que mantuvieron fue bastante desagradable. Por una parte, Alfredo no podía evitar el hecho de dejar de pensar en su negocio ni un sólo momento, por la simple razón de que vivía consagrado a la realización de su actividad laboral, hasta el punto de que llegó a dejar de lado a quienes, aunque eran las personas que más amaba, y por las que trabajaba día y noche, nunca se preocupó de demostrarles el amor que sentía por ellas, un hecho que, la tarde en cuestión de la que os hablo, le pasó factura.
Por su parte, después de escuchar a su marido durante más de cinco interminables horas de hablar del inventario anual que tenía que terminar rápidamente porque el año finalizaba y no tenía tiempo de hacerlo, y de las decenas de pedidos de sus clientes que tenía que atender al mismo tiempo, le dijo que se sentía muy sola, que su marido nunca había dejado de obsequiarla con bienes materiales, pero que prefería renunciar a sus muchos lujos, con tal de poder pasar siquiera una hora al día junto a él.
Alfredo estuvo a punto de ofenderse dado que pensó que Rosa despreciaba los regalos que él le había hecho a base de trabajar miles y miles de horas con tal de justificar su ausencia, pues, lo único que le faltaba el día que en parte hacía mal en dejar de cumplir su obligación por capricho de su mujer, era que ella no valorara su esfuerzo, ya que, después de todo, era él quien tenía la responsabilidad de mantener económicamente a su familia.
Con gran paciencia, Rosa le dijo a su marido que lo apreciaba y lo admiraba, pero que, llegó a ser tan insoportable la soledad a la que él la sometió involuntariamente durante sus diez años de convivencia, que llegó a pensar en buscar a otro hombre que le hiciera la vida más soportable, pero que nunca se atrevió a hacerlo, por causa de sus creencias religiosas.
Alfredo comprendió lo que su mujer le dijo, se disculpó por el dolor que le causó, y, cuando escuchó a su hija que acababa de despertarse y lloraba en la cuna, la cogió entre sus brazos, y se llevó una gran sorpresa cuando la pequeña se conmovió por causa del miedo que le produjo el hecho de estar en los brazos de un desconocido. Después de dejar a la pequeña en la cuna, Alfredo lloró y se maldijo por ser tan ambicioso y torpe, y, cuando se le pasó el dolor que le causó la comprensión del error que había cometido, se comprometió firmemente a vivir más unido a quienes más merecían su amor, aunque ello le supuso la pérdida de varios miles de dólares, lo cual le mereció la pena, si tenemos en cuenta que hizo más feliz a su familia.
Alfredo se emocionó mucho cuando Rosa le dijo: -Todas las noches, cuando llegas de la oficina, lo primero que haces es darme un beso. Después, cuando vas a la habitación de Ana, también le das un beso, pero, como ella duerme y nunca quieres despertarla, no te conoce, ni siquiera sabe que la amas.
Siguiendo el ejemplo de Alfredo, aunque quizá no faltamos a la celebración de la Eucaristía dominical, y aprovechando el hecho de que quizás haremos un examen de conciencia preciso para confesar nuestras deficiencias ante nuestro director espiritual -el cual representa a Dios-, quizá podríamos plantearnos la posibilidad de mejorar nuestra vida, tanto a nivel espiritual, como a nivel material.
Os propongo una serie de preguntas (muchas de ellas acompañadas de reflexiones bíblicas) que espero que nos sirvan a todos para hacer nuestro examen de conciencia particular:
Respondamos las preguntas antes de leer las citas bíblicas que las acompañan:
-¿Asistimos todos los Domingos y días de guardar a las celebraciones de la Eucaristía? (HEB. 10, 25).
-¿Participamos activamente en las celebraciones de la Eucaristía? (SAL. 27, 4).
-Procuramos que las celebraciones litúrgicas y las reuniones formativas nos sean provechosas espiritualmente y para aumentar el número de nuestros amigos, o nos distraemos y sólo asistimos a las mismas, no por amor a Dios y a sus hijos los hombres, sino por temor a no ser dignos de alcanzar la salvación? (2 TIM. 3, 16-17).
-¿Contribuimos con las obras que se llevan a cabo tanto en nuestras Diócesis como en nuestros templos? (2 TIM. 4, 2).
-¿Nos esforzamos para aumentar nuestro conocimiento de Dios y de la Iglesia, sabiendo que ello puede mejorar la calidad de nuestra vida cristiana? (1 COR. 4, 20).
-¿Nos guardamos la fe que profesamos para nosotros, o damos testimonio de nuestra esperanza en nuestro entorno social? (1 PE. 3, 15).
-¿Asistimos a catequesis o a otros encuentros formativos con el fin de aumentar el conocimiento que tenemos de Dios y de la Iglesia? (PR. 3, 11-15).
-A la hora de actuar en nuestro entorno social, ¿procuramos cumplir la voluntad de Dios, o procedemos como si no fuéramos cristianos? (EF. 5, 8-10).
-¿Qué significa para nosotros el Mandamiento de la Ley de Dios que nos obliga a amar a Dios sobre todas las cosas, y hasta qué punto cumplimos el citado Precepto? (EF. 5, 1).
-En el caso de hacerles promesas a Dios y a los Santos, ¿procuramos cumplirlas? (NM. 30, 3).
-¿Nos comprometemos a cumplir nuestras promesas con la intención de mejorar la calidad de nuestra vida cristiana y de hacer el bien, o prometemos cosas insignificantes sobornando a Dios y a sus Santos para que nos hagan grandes favores? (MT. 5, 36-37).
-Cuando vivimos bajo la incertidumbre, ¿nos refugiamos en la oración y en la lectura de la Biblia y de los documentos de la Iglesia, o recurrimos al Tarot y a otras prácticas esotéricas? (1 TIM. 4, 13; EF. 6, 13-18).
-¿Amamos y respetamos a nuestros padres, aunque se dé el caso de que no mantengamos muy buenas relaciones con ellos? (EF. 6, 1. 4).
-En el caso de tener problemas que perjudiquen las relaciones que mantenemos con nuestros familiares, ¿nos impide nuestro amor propio excesivo hacer algo para acercarnos a quienes más amamos, con el fin de solventar las diferencias que nos separan de los mismos? (1 COR. 8, 2-3).
-¿Son la fidelidad y el respeto normas de la convivencia de nuestra vida matrimonial?
San Pablo les escribió a las mujeres de Éfeso un consejo que también podemos aplicarnos los hombres (EF. 5, 22).
-¿Somos excesivamente exigentes con nuestros hijos?
-¿Somos justos y equitativos en nuestras relaciones con nuestros hijos, padres, cónyuges, hermanos, otros familiares y amigos? (1 TIM. 5, 1-2).
-¿Somos víctimas del odio o de los celos?
-¿Somos víctimas de la envidia? (GÁL. 5, 19-21).
-¿Nos ciega el deseo de mantener relaciones sexuales con personas con las que no nos hemos unido por el Sacramento del Matrimonio? (EF. 5, 1-5).
-¿Nos hemos valido de la mentira con tal de dañar la imagen que alguna persona tiene ante la sociedad?
-¿Realizamos bien nuestro trabajo?
-En el caso de tener subordinados en el trabajo, ¿cómo los tratamos?
-En el caso de tener problemas con nuestros subordinados, ¿somos los causantes de esas dificultades?
-¿Presionamos a nuestros trabajadores excesivamente? (EF. 6, 9).
-En el caso de no tener subordinados, ¿somos honrados a la hora de realizar nuestro trabajo, y tenemos buenas relaciones con nuestros superiores y compañeros? (EF. 6, 5-8; 1 TIM. 6, 1).
-¿Hemos deseado en alguna ocasión algún bien de alguna persona hasta el punto de llegar a robar el mismo? (FLP. 3, 8).
-En el caso de ser pobres, y a pesar de que tengamos necesidad de bienes de los que difícilmente podamos prescindir, ¿sabemos actuar como verdaderos hijos de Dios que creen que el tiempo de su prueba ha de pasar, o permitimos que nuestra miseria atente contra la fe que profesamos? (1 TIM. 6, 8-10).
-En el caso de tener dinero y bienes materiales, ¿nos solidarizamos con los pobres, o sólo pensamos en aumentar nuestras riquezas? (2 COR. 8, 12-15).
-¿Utilizamos Internet con el fin de crecer personalmente y de hallar lo que necesitamos, o lo hacemos con tal de buscar aquello que puede afectar nuestra personalidad y nuestra convivencia familiar? (1 COR. 5, 11).
-¿Abusamos del tabaco, el alcohol o de algún tipo de droga? (EF. 5, 17-20).
-En el caso de depender de los efectos de algún medicamento antidepresivo que nos revitalice psicológicamente, ¿nos esforzamos por permanecer activos y mejorar al no mortificarnos con nuestros pensamientos no realistas, o, dejando de confiar tanto en Dios como en nosotros (quien no confía en sí mismo desconfía de Dios), permanecemos inactivos, como si los fármacos nos curaran mágicamente? (PR. 14, 13. 24, 10).
-En el caso de padecer depresión, ¿tenemos tendencia a aislarnos, o luchamos por encontrar a familiares, amigos e incluso especialistas que nos comprendan? (PR. 12, 25. 17, 17. 27, 5-6).
-¿Cómo actúan los jóvenes, tanto en la Iglesia, en su domicilio, en su entorno educativo, entre sus amigos, y en sus lugares de ocio?
San Pablo escribió un consejo muy digno de ser aprovechado por los jóvenes (1 TIM. 4, 12).
Después de haber considerado las preguntas expuestas, hagamos la lista de nuestros pecados y deficiencias, la cual no es semejante a la lista que utilizamos para hacer nuestras compras en un supermercado, así pues, más que hacer un listado exacto de todas las acusaciones que tenemos en contra nuestra, os propongo que hagamos algo individualmente o acompañados de alguien en quien confiemos, lo cual consiste en hacer la lista de pecados y defectos que acostumbramos a hacer todos los años, la cual constará de dos columnas.
1. en la columna de la izquierda escribiremos nuestros pecados y defectos.
2. En la columna de la derecha escribiremos lo que vamos a hacer, -aparte de cumplir la penitencia que se nos imponga-, para no volver a cometer los mismos pecados, y para intentar, -en conformidad con las posibilidades que tengamos en cada momento de nuestra vida-, superar las deficiencias que nos caracterizan.
Si pensáis que la Confesión como Sacramento no es una pantomima, ¡atreveos a llevar a cabo este ejercicio!, pero, si lo hacéis acompañados, no les riñáis a quienes os hablen de defectos que tenéis que no queréis reconocer u os cuesta un gran esfuerzo hacerlo.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com