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La Parusía del Señor. (Meditación para el Domingo I de Adviento del Ciclo C).

   Meditación.

   La Parusía del Señor.

(LC. 21, 5-6). Herodes, para granjearse la amistad de los judíos, hizo de las ruinas del Templo de Jerusalén una soberbia casa de oración, en la cual se les concedía a los habitantes de Palestina el privilegio de asesinar a los extranjeros que veían el lugar en el que estaba depositada el Arca de la Alianza. Aquella casa de oración era para los contemporáneos de Jesús un motivo de orgullo nacional, la prueba de que Dios no había abandonado a su pueblo a pesar de que el yugo de Roma cayó sobre la tierra. El Templo también era para los contemporáneos de Jesús la sede del poder religioso, político, económico y militar.
   El recuerdo de aquellas ocasiones en las que Jesús predicó el Evangelio en el Templo nos hace pensar cómo actuaremos en cada ocasión que entremos en una Iglesia, de igual forma que nos insta a conservarnos como templos vivos de Dios, iglesias santas en las cuales permanece eternamente Cristo Rey.
   A pesar de que Jesús habita en nosotros, el mundo en que vivimos será transformado en un Reino de amor y paz, aunque para ello tengamos que ser golpeados hasta que seamos purificados y santificados, pues el dolor es un buen camino para acercarnos a Dios después de padecer dignamente.
   San Pablo nos dice las palabras expuestas en 1 TES. 5, 21, 5.
   (LC. 21, 8). No sé si recordaréis que hace varios años -no recuerdo cuántos exactamente-, surgió en América un predicador que se hacía pasar por Jesús, de tal forma que la mayoría de sus seguidores le creían fielmente, porque se había aprendido miles de versículos bíblicos. Aquella secta tuvo un trágico final, pues el pretendido Jesucristo hizo que sus feligreses murieran quemados, sin que el F. B. I. Pudiera hacer nada para evitar aquel inútil exterminio de vidas. Es trágico pensar que, debido a las interpretaciones que todos hacemos de la Palabra de Dios, a lo largo de los últimos 2000 años, no han cesado de surgir iglesias y comunidades que sostienen corrientes de opinión diferentes. Esto sucede porque los cristianos sólo pensamos en que la iglesia a la que pertenecemos es la verdadera, y la mayoría de quienes nos denominamos discípulos de Jesús, no deseamos trabajar para subsanar los puntos doctrinales en los que diferimos unos con respecto a otros, pues, esta absurda división, da lugar a que muchos hermanos nuestros maten despiadadamente en nombre del Dios del amor, la libertad, la paz y la concordia. Ante esta división, Dios, que es para nosotros ejemplo de misericordia, ha puesto en cada comunidad cristiana parte de su verdad, así pues, aceptemos la verdad de todos, pues ese don celestial viene de Dios.
   (LC. 21, 9). Jesús nos dice que es necesario que acontezcan todas las tragedias de las cuales es y seguirá siendo la historia un fiel testigo, pero que no obedezcamos a quienes nos dicen que el fin del mundo está por llegar, porque se están cumpliendo puntualmente los anuncios apocalípticos de la Biblia. Recordémosles a los testigos de Jehová y a los católicos amantes de las apariciones marianas que muestran el infierno que la humanidad siempre ha sido víctima de grandes desastres naturales, hambres, guerras y epidemias, y ello no ha propiciado la completa instauración del Reino de Dios entre nosotros.
   ¿pensaremos en nuestros días que Jesús está por llegar porque la mayor parte de la población mundial vive bajo los desagradables efectos de la miseria?
   (LC. 21, 12-15). Muchos de los mártires cuyos nombres constan en el martirologio, fueron asesinados porque los traicionaron sus familiares. No todos los cristianos somos perseguidos a muerte por creer en Dios. Pienso que no sirve de nada atacar despiadadamente a los medios de comunicación que destacan los aspectos negativos de la Iglesia, pues el reconocimiento de los errores que cometemos, nos incita a desear ardientemente que seamos pacíficos, pues el mundo moderno nos exige que seamos abiertos para aceptar la parte positiva de todas las ideologías Existentes. No existe razón alguna que nos pueda convencer de que está a punto de acontecer la Parusía del Señor, así pues, no haríamos nada contrario al Evangelio al dialogar con quienes no comparten nuestras creencias, pues todos tenemos muchas cosas buenas que compartir. De igual forma que la vida de muchas personas que carecen de nuestra fe es triste, el fanatismo religioso no es más que una tergiversación de puntos de vista sectarios que hacen de quienes los padecen enfermos mentales muy difíciles de sanar. La vida cristiana es un conjunto de actividades relacionadas con la formación, la acción y la oración, de tal forma que la fe, por sí sola, sin oración y sin actividad que ponga en práctica lo aprendido en los ciclos formativos, es insuficiente para hacernos felices, porque, siendo incapaces de mirar al futuro sin fructificar los dones y virtudes que hemos recibido de Dios en el presente, no podemos hacer nada más que sentirnos fracasados en esta vida.
   (LC. 21, 19). Los discursos escatológicos de Jesús hacen referencia a la destrucción de Jerusalén que aconteció en el año 70, y a las grandes persecuciones que sufrieron los primeros seguidores del Señor.
   ¿Tenía Jesús la creencia que predicó San Pablo durante parte de su ministerio apostólico con respecto a que en aquel tiempo estaba por acontecer el fin del mundo? (1 COR. 7, 31). No podemos definir esta cuestión con certeza, así pues, el Apóstol Juan nos dice que, cuando Jesús oró en el Cenáculo antes de ser traicionado por Judas en Getsemaní, pronunció las palabras expuestas en JN. 17, 20. No sabemos si Jesús se refería a los oyentes de sus Apóstoles, aunque es muy posible que el Señor se refiriera a los cristianos del siglo I, dado que, en el versículo citado, no hace referencia a los cristianos que han vivido y existimos en tiempos posteriores a las primeras persecuciones a las que hubo de sobrevivir la Iglesia, pero, por otra parte, de alguna forma, podemos considerar que Jesús se refería en su oración sacerdotal a los cristianos de todos los tiempos, dado que, a lo largo de los siglos, todos nos hemos convertido al Señor gracias al mensaje apostólico.
   Si Jesús hubiera tenido la certeza plena de que su Parusía iba a acontecer en el siglo I, no hubiera dicho las siguientes palabras que están recogidas en el Evangelio de Mateo el publicano: MT. 24, 36.
   (LC. 21, 36). Las palabras con las cuales San Lucas da por concluido su pequeño Apocalipsis, son para nosotros un bálsamo espiritual que nos ayuda a vencer obstáculos esperando que nuestro Señor, algún día, venga a visitarnos y a "buscar y salvar todo lo que estaba perdido" (LC. 19, 10).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com