Meditación.
3. Dispongámonos a celebrar el Nacimiento de Jesús.
Meditación de LC. 1, 26-38.
(LC. 1, 26). Habían transcurrido seis meses a partir del día en que la madre de San Juan Bautista quedó en estado de gestación, cuando el Arcángel San Gabriel, le comunicó a María santísima, la Buena Nueva referente a su Maternidad divina. Dado que el último Profeta del Antiguo Testamento había de ser el Precursor del Mesías (LC. 1, 76), era necesario que naciera antes que Jesús. Ya que en las tribus israelitas cuanta más edad tenían los hombres ejercían una mayor autoridad respecto de los menores, era necesario que el Bautista se reconociera inferior a Jesús (JN. 3, 30), quien no se sometió plenamente al cumplimiento de la Ley de Israel, con el fin de poder llevar a cabo su misión, y de poder tener discípulos y Apóstoles.
Isabel debió sufrir mucho por no poder tener un hijo, pues, en la cultura israelita, las mujeres estériles, las viudas, y las que tenían padres, maridos o hijos considerados pecadores, eran vistas como malditas por Dios. Los judíos no eran como los occidentales actuales que le concedemos tanta importancia a nuestros sentimientos, pues todos sus pensamientos y actos debían estar encaminados a impulsarlos a cumplir la Ley de Moisés e Israel, y las mujeres estaban destinadas a cumplir la voluntad de sus padres, maridos e hijos mayores de edad. A pesar de la inferioridad característica de las mujeres respecto de los hombres, Yahveh contradijo la creencia existente respecto de que el Mesías habría de aparecer en Israel como un líder militar celestial que libraría a su pueblo del yugo romano, e hizo que su Hijo se encarnara en una mujer, que probablemente carecía de instrucción religiosa, porque, al ser poco mejor consideradas que las esclavas, los maestros de la Ley pensaban que, el hecho de instruir a las mujeres en el conocimiento de Dios y su Ley carecía de sentido, por cuanto las tales estaban destinadas a cumplir la voluntad de los varones.
El Arcángel San Gabriel no fue enviado por Dios a buscarle una Madre al Mesías entre los miembros de la hélite religiosa, pues la encontró entre la gente sencilla del pueblo. En la Biblia vemos cómo Dios rompe los moldes sociales que los hombres han creado para distinguirse unos de otros. En Israel muchos esperaban un líder militar enviado del cielo que le concediera la libertad a su pueblo, y Dios envió al mundo a un Niño débil que no se distinguía aparentemente de sus hermanos de raza, cuya deidad solo podía ser percibida por los ojos de la fe. Dado que existía la creencia de que los ricos y poderosos eran bendecidos por Yahveh, y que los pobres y débiles eran rechazados por Dios porque su estado se debía a su condición pecadora, el Todopoderoso hizo que su Hijo se encarnara en una mujer desconocida y carente de poder, porque los pensamientos de dios no son los nuestros, y los caminos de Dios tampoco están relacionados con los caminos que dividen a la humanidad, hasta conseguir que existan diferencias marginales (IS. 55, 8).
El Arcángel San Gabriel no fue enviado a buscarle una Madre al Mesías a Jerusalén, -la ciudad de la hélite religiosa-, sino a Nazaret, -el pueblo por el que pasaban muchos soldados romanos y mercaderes, lo cual tenía la consecuencia de que los jerosolimitanos discriminaran a los habitantes del pueblo en que creció Jesús, por estar relacionados con los paganos-. Ello nos recuerda a los cristianos que, no por cumplir las prescripciones religiosas características de las denominaciones a que pertenecemos, somos superiores a otros cristianos no pertenecientes a nuestras iglesias -o congregaciones-, y a los no creyentes. Si Dios es humilde, no tiene sentido el hecho de que nos opongamos a su manera de ser.
(LC. 1, 27). San Gabriel fue enviado por Yahveh a una doncella nazarena, lo cual es muy importante. En la Biblia, la virginidad indica fidelidad a Dios, en contraposición a quienes le son infieles a la Divinidad, cuando adoran a dioses creados por los hombres (JER. 7, 8-10; AP. 17, 1-2), así pues, recordemos que en la biblia, el matrimonio, es una imagen de la relación que mantienen, Dios y los hombres. Desde que Dios se manifestó a los hombres hasta el tiempo en que vivió Jesús en Israel, muchos hijos de su pueblo le fueron infieles, e incluso muchos de sus siervos le desobedecieron en algún momento de su vida. Es por esto que, dado que nadie ni nada considerado impuro puede estar relacionado con Dios, desde el punto de vista del Catolicismo, Yahveh permitió que María fuera liberada de las consecuencias características de la mácula de origen, con el fin de que la Madre de su Hijo fuera perfecta, no en el sentido que se le atribuye actualmente a la perfección inexistente relacionada con el hecho de gozar de la plenitud de la salud, el amor y la riqueza, sino al pleno cumplimiento de la voluntad divina.
María estaba desposada con José, quien era descendiente del linaje de David. La dinastía davídica fue extinguida en el pasado, pero, Jesús, por ser adoptado por José, y tener los derechos característicos de un hijo natural del futuro esposo de María, es considerado como descendiente de David, en cumplimiento del texto profético que encontramos en 2 SAM. 7, 12-15.
(LC. 1, 28). San Gabriel le dijo a María que era llena de gracia, y que el Señor estaba con Ella. San Esteban también estaba lleno de la gracia y del poder de Dios (HCH. 6, 8), para cumplir la misión de alimentar a los pobres cristianos influidos por la cultura griega, y predicar el Evangelio. María fue llena de gracia para ser la Madre del Dios humanizado (encarnado), y San Esteban fue lleno de gracia para cumplir la misión que le fue encomendada.
¿Nos sentimos llenos de gracia divina para actuar como hijos de Dios?
¿Creemos que el Señor está con nosotros? ¿Por qué?
(LC. 1, 29). María se preguntaba cuál era la razón por la que fue saludada tan respetuosamente, pues solo era una más de entre las vírgenes de Nazaret. No se consideró superior ni inferior a nadie, pues se limitó a ser consciente de su realidad de mujer joven, que quería cumplir la voluntad de Dios, y estaba obligada a casarse, porque así lo acordaron José, su padre -o su tutor legal-.
¿Qué pensamos respecto de nosotros quienes tenemos la dicha de servir a Dios?
(LC. 1, 30). San Gabriel le dijo a María que no tuviera miedo, porque fue querida por el Dios totalmente imprevisible que cambia nuestra vida en muy poco tiempo, aunque hayamos pasado años forjando planes para afrontar el futuro. La joven María, que fue destinada a casarse, porque sus padres querían asegurar su futuro, estaba a punto de hacer peligrar su vida, al acatar el cumplimiento de la voluntad divina, pues hasta la decisión de cumplir votos había de ser ratificada por su padre o su marido (NM. 30, 4-16). A pesar de que carecía de poder para tomar decisiones importantes, y de que probablemente carecía del conocimiento de la Palabra de Dios, María tomó la firme decisión de cumplir la voluntad divina. Este hecho es muy llamativo para nosotros, pues, en muchas ocasiones, aunque nos sepamos miles de versículos bíblicos de memoria, los recitamos automáticamente sin meditarlos, y anteponemos nuestra voluntad a la voluntad de Nuestro Padre celestial.
(LC. 1, 31). A María no se le pidió permiso para que concibiera a Jesús, sino que se le dijo que iba a ser Madre de Dios, pero ello no sucedió porque fue utilizada en contra de su voluntad, sino porque Dios llama a quienes sabe de antemano que aceptarán el cumplimiento de su voluntad, consistente en que Jesús resucite y conduzca a su Reino de amor y paz, a quienes sean destinados a ser salvos (JN. 6, 39).
María iba a tener un Hijo a quien había de llamar Jesús, (Yahveh salva), quien vendría a Israel a salvar a su pueblo del castigo merecido por sus pecados (MT. 1, 21). María fue el Templo en que permaneció Jesús antes de nacer, y su fiel servidora, hasta que lo vio morir, y se la encomendó al Apóstol San Juan para que la amara como madre y lo aceptara como hijo, por lo cual los católicos la tienen por Madre y Corredentora (JN. 19, 25-27). También nosotros hemos sido llamados a dejar que Dios cumpla su voluntad en nuestra vida y en el medio que habitamos sin que se lo impidamos, e incluso facilitamos que ello suceda, porque esa es la misión que se nos ha encomendado. Empujemos nuestros acontecimientos vitales al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre y Dios.
(LC. 1, 32-33). Jesús es el descendiente de David cuyo Cuerpo místico es el templo espiritual de Dios. Así como el resto de Israel esperó el advenimiento del Mesías, un año más, nos disponemos a celebrar el Nacimiento del "Dios con nosotros" (MT. 1, 23), viendo cómo Dios está con nosotros, según lo expuesto en el texto de SOF. 3, 14-18.
Es importante lo expuesto en LC. 1, 32. Jesús llegó a ser un personaje importante, fue conocido como Hijo del Dios Altísimo, y Nuestro Santo Padre, después de glorificarlo, le dio el trono real de David, su antecesor. Jesús no fue concebido por sus padres como San Juan Bautista, pues Nuestro Señor es Hijo de Dios y María.
Según el texto de LC. 1, 33, el Reinado de Jesús será eterno, porque el Señor no volverá a morir nuevamente.
(LC. 1, 34). María no dudó respecto del cumplimiento de lo que le fue dicho, pero quiso saber cómo sucedería. La duda de María alienta a los católicos a creer en la virginidad perpetua de la Madre de la Iglesia Universal, porque Ella no le dijo a San Gabriel que procuraría quedarse embarazada apenas conviviera con su esposo, sino que no había mantenido relaciones sexuales con su prometido, ni pensaba hacerlo. Ello pudo suceder con el beneplácito de José, pues, ¿cómo podría él poseer el templo del Dios vivo? Si en el texto de MT. 1, 25, se informa que el verbo "conocer" indica que María y José mantuvieron relaciones sexuales, el primer Evangelista no indica en su obra que el citado matrimonio tuviera hijos aparte de Jesús.
La duda de María es importante para nosotros, pues, aunque no sabía cómo quedaría embarazada, quiso cumplir la voluntad divina. La seguridad de María respecto de su Maternidad divina, fue la fe en Dios.
(LC. 1, 35). María tenía que ser receptora del Espíritu Santo y ser cubierta por la sombra de Dios, con el doble fin de ser templo de la Divinidad, y de que Jesús fuera Santo, y se le pudiera tener por Hijo natural de Dios.
¿Qué haremos para que Dios se manifieste en nuestra vida, y para intentar que nuestra voluntad no se distinga de la voluntad de Nuestro Padre común?
(LC. 1, 36-37). La concepción de San Juan Bautista siendo sus padres muy mayores, hubo de servirle a María para creer el mensaje que recibió del Arcángel San Gabriel, a pesar de que no tuvo la oportunidad de comprobarlo por sí misma.
¿¿Nos sirven los testimonios de fe de los Santos y de los cristianos de nuestro tiempo para aumentar la fe que tenemos en Dios?
¿Somos capaces de profesar nuestra fe de manera que nuestro testimonio de cristianos comprometidos con el cumplimiento de la voluntad de Dios fortalezca la fe de nuestros hermanos cristianos?
(LC. 1, 38). María quiso ser la sierva del Señor, la que lo sirvió libremente, quizás sin conocerlo. No es lo mismo creer en un conocido que en un desconocido, pero no olvidemos que la fe, si bien es fortalecida mediante el estudio de la Palabra de Dios, el ejercicio de la caridad y la práctica de la oración, nos es dada por el Espíritu Santo.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com