Meditación.
Durante la noche tenemos la oportunidad de meditar la Palabra de Dios, aprovechando el silencio que caracteriza las horas en que permanecemos sin realizar ningún trabajo en nuestros lugares de residencia, en la playa, en el campo, o en cualquier lugar en el que seamos capaces de elevar nuestra alma al cielo. De la misma forma que cuando nos sentimos felices fluyen en nuestro interior sentimientos agradables, cuando sufrimos por cualquier causa, cuando nos sentimos cargados de ansiedad, nuestro espíritu es invadido por pensamientos que nos causan malestar. El Evangelio correspondiente a la Eucaristía de este Domingo acaeció una noche en la que Nuestro Señor quiso instruir a sus discípulos aprovechando el hecho de que estaban solos. San Marcos escribió en su obra: "A solas, (Jesús) se lo explicaba todo a sus discípulos" (MC. 4, 34).
Hace varios años uno de mis lectores me contó un suceso que le acaeció que puede ayudarnos a comprender el Evangelio que estamos meditando. El amigo del que os hablo es ciego y, en cierta ocasión, fue a la playa con su mujer, y nadó durante un rato utilizando una colchoneta. Mi amigo oyó a su mujer que le llamaba desde muy lejos, por lo que supuso que estaba muy lejos de la orilla, y, como no es muy buen nadador, decidió intentar salir del mar abandonando su colchoneta. Él empezó a nadar y, como sus movimientos eran muy lentos, constató que los minutos transcurrían y no podía salir del mar. Mi amigo pensó que no podía ponerse nervioso, pues sabía que por esa causa podía pasarlo muy mal. Él nadaba muy despacio para no cansarse, pues, siendo consciente de que nadaba con mucha dificultad, no quería sentirse excesivamente cansado.
De pronto, mi amigo empezó a escuchar a alguien que se le acercaba rápidamente. Tal como supuso, era su mujer, así pues, ella le ayudó a salir del mar. La fuerza de voluntad determina el hecho de que nos sintamos acorralados ante la visión de nuestros problemas o nos anima a superar nuestras dificultades en conformidad con las posibilidades que tenemos para ello.
Mientras que los discípulos de Jesús estaban aterrorizados pensando que les era prácticamente imposible salir del lago, Jesús dormía tranquilamente. Sabemos que Nuestro Señor se aplicaba las palabras del autor de los Salmos que encontramos en el SAL. 27, 1.
El sueño de Jesús es comparable al silencio de Dios, así pues, ¿quién no ha tenido en alguna ocasión el pensamiento de que Nuestro Padre común no escucha sus oraciones?
Muchos hemos tenido a familiares y a amigos enfermos por cuya curación o mejoría hemos orado muchas veces, y, sin embargo, hemos visto fallecer a nuestros seres queridos. Recordemos que Juan Pablo II inició su Pontificado diciendo las siguientes palabras de Nuestro Señor: (MT. 10, 31).
Cuando no superamos las dificultades que caracterizan nuestra existencia y tampoco perdemos la fe, podemos constatar que el Señor nos fortalece para superar pruebas más relevantes que las que vencimos cuando circunstancialmente fuimos atribulados en el pasado, así pues, esta es la causa por la que el Hijo de Dios y María nos pregunta en el Evangelio de hoy: (MC. 4, 40).
Meditemos las siguientes preguntas:
¿Sabemos que si creemos en Dios Él nos fortalecerá para que superemos las dificultades que caracterizan nuestra existencia?
¿Sabemos que por mediación de la fe podemos sentir que Nuestro Padre común no nos desampara, y por ello podemos aumentar nuestra estima personal según resolvemos muchos de los problemas que tenemos?
¿Cuáles son las causas de las que se origina nuestro miedo?
¿Qué esperamos para demostrarnos nuestra fe viviendo bajo los impulsos del Espíritu Santo?
¿Quién puede ayudarnos a vencer nuestro miedo?
¿A partir de qué evidencia extraemos la conclusión de que nuestros sentimientos de impotencia y tristeza proceden de nuestros problemas, y no de la forma que tenemos de afrontar y confrontar los mismos?
¿Sabemos tolerar las frustraciones?
¿Qué podemos perder si intentamos superar nuestras dificultades?
(COL. 3, 17). Hace algún tiempo recibí un e-mail en el que se explica una de las causas que más pueden hacernos sufrir a lo largo de nuestra vida. Os envío el citado texto.
El llanto del desierto.
"En cuanto llegó a Marrakech, el misionero decidió que todas las mañanas daría un paseo por el desierto que comenzaba tras los límites de la ciudad.
En su primera caminata, vio a un hombre estirado sobre la arena, con la mano acariciando el suelo y el oído pegado a tierra.
"Es un loco", pensó.
Pero la escena se repitió todos los días, por lo que, pasado un mes, intrigado por aquella conducta extraña, resolvió dirigirse a él. Con mucha dificultad, ya que aún no hablaba árabe con fluidez, se arrodilló a su lado y le preguntó:
-¿Qué es lo que usted está haciendo¿.
-Hago compañía al desierto, y lo consuelo por su soledad y sus lágrimas.
-No sabía que el desierto fuese capaz de llorar.
-Llora todos los días, porque sueña con volverse útil para el hombre y transformarse en un inmenso jardín, donde se puedan cultivar las flores y toda clase de plantas y cereales.
-Pues dígale al desierto que él cumple bien su misión -comentó el misionero. -Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor la verdadera dimensión del ser humano, pues su espacio abierto me permite ver lo pequeños que somos ante Dios.
Cuando contemplo sus arenas, imagino a los millones de personas en el mundo que fueron criadas iguales, aunque no siempre el mundo sea justo.
Con todas Sus montañas me ayudan a meditar. Al ver el sol naciendo en el horizonte, mi alma se llena de alegría, y me aproxima al Creador.
El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios. Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente en el mismo lugar y en la misma posición.
-¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije? -preguntó.
El hombre asintió con un movimiento de cabeza.
-¿Y aún así continúa llorando?
-Puedo escuchar cada uno de sus sollozos. Ahora él llora porque pasó miles de años pensando que era completamente inútil, desperdició todo ese tiempo blasfemando contra Dios y su destino.
-Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una vida mucho más corta, también pasa muchos de sus días pensando que es inútil. Rara vez descubre la razón de su destino, y casi siempre considera que Dios ha sido injusto con él. Cuando llega el momento en que, finalmente, algún acontecimiento le demuestra por qué y para qué ha nacido, considera que es demasiado tarde para cambiar de vida, y continúa sufriendo. Y, al igual que el desierto, se culpa por el tiempo que perdió.
-No sé si el desierto me escuchará -dijo el hombre- él ya está acostumbrado al dolor, y no consigue ver las cosas de otra manera.
-Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago cuando siento que las personas han perdido la esperanza. Vamos a rezar.
Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en dirección a la Meca porque era musulmán, el otro juntó las manos en plegaria porque era católico. Cada uno rezó a su Dios, que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran en llamarlo con nombres diferentes.
Al día siguiente, cuando el misionero retornó de su caminata matinal, el hombre ya no estaba allí. En el lugar donde acostumbraba a abrazar la arena, el suelo parecía mojado, ya que había nacido una pequeña fuente. En los meses subsiguientes, esta fuente creció y los habitantes de la ciudad construyeron un pozo en torno a ella.
Los beduinos llaman al lugar "Pozo de las Lágrimas del Desierto". Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría, y terminará encontrando su verdadero destino (Paulo Coelho).
A pesar de que necesitamos ser conscientes de nuestras limitaciones, no nos subestimemos. Hace varios años vi una serie infantil una de cuyas escenas memoricé porque me llamó mucho la atención. La pequeña Pipi calzas largas estaba sola en la villa en que vivía con su burro y su mono. Durante la noche del 24 de diciembre, sus amigos fueron a felicitarle la Navidad, y a llevarle algunos regalos. La protagonista de la serie se alegró mucho de que le regalaran una trompeta. Uno de sus amigos le preguntó: -Pipi, ¿sabes tocar la trompeta? La niña le respondió alegremente: -No lo sé, aún no lo he intentado".
Concluyamos esta meditación pensando que Dios estará siempre con nosotros, compartiendo nuestra alegría y fortaleciéndonos cuando seamos atribulados.
joseportilloperez@gmail.com
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