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Meditación para el Domingo IV de Cuaresma del Ciclo A.

   Meditación.

   Existen varias formas de afrontar y confrontar las circunstancias que nos acaecen a lo largo de nuestras vidas, así pues, los hechos por cuya contemplación muchos se sienten infelices, son para otros las razones sobre las que se fundamenta su alegría, pues han descubierto una forma de vivir que es conocida por un número de personas muy reducido, que les permite desear alcanzar un estado de perfección mayor, con el fin de sentirse más realizados. Los textos litúrgicos correspondientes a los Domingos de Cuaresma que estamos meditando están intrínsecamente relacionados unos con otros, así pues, el Domingo I de este tiempo de oración y penitencia, nos instaban a ver nuestras virtudes y limitaciones, con el fin de recordarnos que podemos ser, según vimos el Domingo II de este tiempo de ayuno y abstinencia, transfigurados y configurados a imagen y semejanza espiritual de Cristo Jesús, por consiguiente, si los materialistas fundamentan su felicidad en los pilares del poder, el prestigio y la riqueza, según constatamos el Domingo anterior, la vivencia cristiana se fundamenta en la gracia divina, y, en la recepción de los Sacramentos por nuestra parte que son administrados por nuestra Santa Madre la Iglesia. En esta ocasión, vamos a continuar nuestro ascenso espiritual, aprendiendo a contemplar los hechos que nos acaecen desde la óptica de Nuestro Padre común.

   Como la Iglesia pretende enseñarnos este Domingo IV de preparación de la Pascua a ver los acaeceres de nuestras vidas desde el punto de vista de Dios, San Juan, en el Evangelio de hoy, nos hace ver la vida a partir de la experiencia que tuvo un ciego que pudo ver gracias al prodigio que realizó en él nuestro Hermano y Señor Jesús. ¿Por qué nos presenta la Iglesia al ciego del Evangelio de hoy? La vivencia cristiana es completamente diferente a la óptica de quienes carecen de fe en Nuestro Criador, de la misma manera que existe una diferencia radical entre las percepciones de los ciegos y la utilización del sentido de la vista de quienes pueden ver.

   Para comprender el Evangelio de hoy puede sernos muy útil reflexionar brevemente sobre la forma que los ciegos tienen de captar las cosas que les rodean. Los ciegos pueden tocar las flores, pueden saber la forma que tienen las mismas, pueden percibir su olor y conocer su tamaño, pero están privados de concebir la belleza de las mismas, que es, precisamente, el primer detalle que captan los ojos de quienes pueden ver. La utilización del tacto no es tan rápida como la captación visual, así pues, por causa de la citada lentitud de los ciegos a la hora de percibir ciertas sensaciones se les hacen a los mismos desarrollar una serie de virtudes como la paciencia y la templanza, que no les son tan necesarias como a ellos a quienes pueden ver perfectamente, porque su visión suple la necesidad de ejercitar las mismas. Los ciegos tienen que realizar un gran esfuerzo para caminar por lugares que les son desconocidos, para aprender a desenvolverse en el mundo de los que ven perfectamente acomodándose a los recursos que pueden poseer para ello, y, sobre todo, tienen que suplir su carencia visual utilizando la memoria, por consiguiente, mientras quienes ven por ejemplo pueden ordenar sus habitaciones cambiando muchas cosas de sitio, ellos, al cambiar unos cuantos centímetros un objeto que siempre colocan en un determinado espacio, pueden encontrarse desorientados.

   Lamentablemente la gente tiene la costumbre de apoyar mucho a los ciegos. La buena intención que la gente tiene de ayudarles puede hacerles caer en el aletargamiento de no querer superarse en muchos aspectos porque se les suple sus carencias, así pues, si la gente les ayuda a cruzar desde una calle a otra, ¿qué necesidad tienen de ayudarse de sus bastones para ello? Muchos dependen de sus familiares porque ellos cubren todas sus necesidades, de manera que les convierten en dependientes de sí mismos, que se sienten desgraciados cuando les faltan sus protectores, pues nunca se preocuparon de desarrollar sus virtudes, porque nunca tuvieron necesidad de hacerlo, y, cuanto más mayores son en el tiempo en que han de defenderse con escasa ayuda, más torpes se sienten para confrontar sus problemas.

   Ojalá todos nos acerquemos a Dios antes de que el dolor embargue nuestro espíritu, las dificultades que padecemos nos hagan desconfiar hasta de nosotros, e involuntariamente coartemos las posibilidades que tenemos de ser mejores personas en todos los aspectos en los que podemos crecer.

   2. Cuando Jesús y sus futuros Apóstoles vieron al ciego del que San Juan nos habla en el Evangelio de hoy, los discípulos quisieron saber si la ceguera del mismo era el castigo que merecía por causa de sus pecados o por la supuesta transgresión del cumplimiento de la Ley de Dios que pudieron llevar a cabo sus antepasados. Ante la carencia de explicaciones científicas convincentes, los judíos creían que los ciegos, los leprosos y los que no tenían descendientes, eran como muertos, según consta en el Talmud hebreo. Los Hagiógrafos bíblicos siempre les pedían encarecidamente a sus lectores que fueran piadosos con los ciegos, evitándoles los obstáculos que pudieran hacerles caer al suelo al tropezar con ellos, ya que, dicha caída, hacía más evidente la expresión del significado de la desgracia que en aquel tiempo simbolizaba la carencia de visión. Ya que la ceguera era una desgracia de las más difíciles de soportar, los judíos creían que la citada enfermedad sólo podía contraerse como eminente castigo de Dios.

   Jesús les respondió a sus discípulos: (JN. 9, 3).

   Cuando acontezca la Parusía o segunda venida de Jesús, la curación de la ceguera, el cáncer y otras enfermedades, hará que quienes no creen en Nuestro Padre común se conviertan a Él. Tal como veremos el próximo Domingo, Dios se valió de la enfermedad y posterior muerte de Lázaro para que quienes no creían en Jesús como Mesías comprobaran cómo la gloria del Altísimo se manifestó en Él (JN. 11, 4). Es políticamente incorrecto el hecho de que nos valgamos del sufrimiento ajeno para ascender el monte espiritual de nuestra existencia mortal, pero Dios nos recompensará debidamente a quienes, sin pretenderlo, estamos siendo utilizados para aumentar la fe o para hacer nacer la esperanza en el corazón de la gente que carece de las citadas virtudes divinas. Nuestra sociedad se rige por la óptica del Marketing, así pues, todos valemos el trabajo que somos capaces de realizar en el menor tiempo posible, el poder, la riqueza y el prestigio de que gozamos, pero, desde el punto de vista de Dios, como hemos nacido y se nos ha encomendado una misión determinada por Nuestro Padre común, todas las circunstancias que vivimos tienen un significado concreto, gracias al cuál, toda forma de vida es útil en la realización del designio salvífico y divino de Nuestro Padre celestial.

   (IS. 62, 6-7). Quienes sufren porque desconocen la causa de su padecimiento pueden interrogar a Dios con el fin de que Nuestro Padre común resuelva todas sus dudas, pues, cuando Cristo Jesús concluya la instauración del Reino de Dios entre nosotros, ellos experimentarán el consuelo divino, según consta en el Apocalipsis de San Juan (AP. 21, 3-4).

   Debemos creer en Jesús, pues él le dijo al autor del Apocalipsis con respecto a su futura manifestación universal: (AP. 22, 20). No sabemos cuándo acontecerá la Parusía de Nuestro Hermano, pero sabemos que Él concluirá nuestra redención.

   3. (JN. 9, 4-5). Jesús tenía la costumbre de hablarles a sus seguidores en lenguaje figurativo para despertar en ellos el interés de comprender el misterio de Dios. Según consta en las Escrituras, no todos estamos preparados para comprender el designio salvífico de Nuestro Padre celestial, así pues, lo único que Dios requiere de nosotros para poder inculcarnos su sabiduría increada, es que seamos humildes. San Mateo escribió las siguientes palabras del Rabbi: (MT. 13, 13-14).

   Mientras haya luz en el mundo, es decir, mientras estemos a tiempo para convertirnos al mensaje de salvación, debemos aprovechar la ocasión de hacerlo, así pues, no debemos esperar a ser ancianos para temer la llegada de la muerte, ni que nuestra mente se embote por causa de la acumulación de problemas que nos hagan infelices por ser incapaces de resolverlos para acercarnos a Nuestro Padre común. No utilicemos al Señor como el remedio de nuestro dolor, así pues, aunque Él curará nuestras dolencias, es bueno que nos acerquemos a Él por amor, sin tener en cuenta nuestras necesidades, pues, si le amamos, solventará nuestras carencias como premio a nuestro amor para con Él.

   4. Jesús hizo lodo con tierra y saliva y untó con él los ojos del ciego. Era necesario que aquel hombre hiciera acopio de su fe para ser sanado, así pues, el gesto de lavarse los ojos en el estanque del enviado (traducción de Siloé), significaba su aprobación del prodigio que Jesús empezó a operar en él cuando le untó el citado lodo en los ojos. El lodo significa nuestra imperfección, según consta en los Salmos: (SAL. 103, 14). Entiéndase el citado versículo de los Salmos a la luz de este otro versículo del Génesis: (GN. 2, 7).

   5. En cada ocasión que Jesús hacía un prodigio la gente reaccionaba de una forma diferente, así pues, unos se mostraban escépticos ante las evidencias que significaban las obras que Nuestro Señor llevaba a cabo, otros creían en Jesús, y otros decían que el Hijo de María estaba poseído por Satanás, lo cuál explicaba el hecho de que llevara a cabo las obras luciferinas con las que engañaba a sus víctimas. Muchos de los conocidos del ciego del Evangelio de hoy se admiraban al ver que el que había pedido limosna durante un determinado número de años podía ver, pero otros se resistían a creer aquel hecho porque ellos no creían que existían los prodigios divinos, o porque creían que el ciego había fingido carecer de visión durante toda su vida, o que aquel hombre se parecía al invidente que ellos conocían. Todos estos puntos de vista reflejan la forma en que reaccionamos en cada ocasión que de alguna manera aceptamos o negamos las evidencias de las obras que el Señor lleva a cabo en nuestras vidas y en el medio en que vivimos, así pues, mientras que muchos consideramos que Dios se manifiesta en nuestras vidas en cada instante de nuestra existencia por ejemplo concediéndonos el aire que necesitamos para respirar, son muchos los que creen que en ello no se vislumbra la poderosa mano de Dios, porque estamos capacitados para hacer eso por nuestros propios medios.

   6. Los fariseos, bajo la dirección de los doctores o intérpretes de la Ley de Moisés y de Israel, instruían al pueblo en el conocimiento de los preceptos divinos. Esos instructores se confundieron cuando el gran coprotagonista del Evangelio que estamos meditando les contó cómo Jesús le curó de su ceguera, así pues, mientras unos condenaban la actuación del Mesías en día de precepto, otros discutían si aquel prodigio había de ser considerado como una actuación divina o satánica, porque el citado acto no fue realizado en un día laboral. En cierta ocasión en que Jesús le curó a un hombre su mano atrofiada, el Maestro se encaró con los fariseos en los siguientes términos: (MC. 3, 4). Los fariseos guardaron silencio porque, si reconocían que en día de reposo era lícito el hecho de realizar curaciones, contradecían su disposición legal que obligaba a los creyentes a no realizar curaciones en sábado, pero, si decían que no se debía curar a los enfermos en Shabbat, habían de afrontar la reprobación del pueblo sediento de evidencias que le concienciaran de que Dios no se había olvidado de sus creyentes. Jesús no tenía la pretensión de hacer que sus enemigos se vieran bloqueados ante semejante dilema, pues quería conseguir que entendieran su forma de pensar y proceder, y, por ello, cumplieran la voluntad de Nuestro Criador.

   7. Los fariseos interrogaron al que había sido ciego con respecto a su naciente fe en Jesús con la intención de coaccionarlo para que odiara al Hijo de María. Para hacer de su presión un acto lo suficientemente eficaz como para herir el espíritu de aquel hombre de forma que rechazara impulsivamente al que tenía por profeta en virtud del prodigio que operó en él, interrogaron a sus padres, sin pensar que ellos, por miedo a ser expulsados de la sinagoga, se desentendieron de responder con respecto a la curación de su hijo, alegando que él era adulto, y que por ello debía saber lo que le había sucedido. ¡Qué terrible es la tibieza!.

   8. Es impresionante la confesión que el que había sido ciego hizo ante Jesús cuando los fariseos le expulsaron de la Sinagoga por decir que el Mesías había sido enviado por Dios al mundo, alegando que Nuestro Criador no escucha a los pecadores, es decir, que el todopoderoso no se manifiesta por medio de quienes practican el mal con plena consciencia de que su forma de llevar a cabo sus obras es improcedente a los ojos de Nuestro Padre común.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com