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Estudio bíblico del Evangelio de la conversión del ciego de nacimiento. (Meditación para el Domingo IV de Cuaresma del Ciclo A).

   Estudio bíblico de la conversión del ciego de nacimiento.

   Introducción.

   Estimados hermanos y amigos:

   El Domingo III de Cuaresma del Ciclo A, empezamos a meditar los textos evangélicos que se utilizaban en los desaparecidos escrutinios cuaresmales, en los tiempos en que los catecúmenos eran preparados en Cuaresma a recibir los Sacramentos de la Penitencia, el Bautismo y la Eucaristía. En el primer estudio bíblico que os propongo en esta ocasión, a través de la curación del ciego de nacimiento, vamos a meditar sobre la conversión.

   Desgraciadamente, muchos de nuestros hermanos, ven la Cuaresma como la sucesión de una interminable cantidad de sacrificios que llevan acabo, los cuales les hacen sentir un gran cansancio. A pesar de ello, las lecturas evangélicas que meditamos durante los Domingos del ciclo A del tiempo preparatorio de la Pascua, nos recuerdan los motivos que tenemos para alcanzar la plenitud de la felicidad.

   El Domingo I de este tiempo de penitencia, la meditación de las tentaciones que vivió Jesús en el desierto, nos recordó el deseo de poder, prestigio y riquezas que caracteriza a la humanidad (MT. 4, 1-11).

   Jesús nos insta a considerar la posibilidad de que, frente al deseo de ser poderosos, pensemos en la necesidad que tenemos de servirnos unos a otros, porque el amor es el único lazo que debe vincularnos eternamente, más allá de la muerte.

   Frente al deseo de ser prestigiosos que podemos tener, Jesús nos insta a considerar la posibilidad de que se nos valore, no por nuestras riquezas, sino por quienes somos.

   Frente al deseo de obtener riquezas que puede invadirnos, Jesús nos invita a considerar la posibilidad de que la caridad -el amor-, la fe y la esperanza, sean nuestras riquezas definitivas en este mundo.

   Vivimos en un mundo en que hay pocas cosas que no se pueden comprar con dinero, pero, si en vez de dejarnos seducir por el consumismo, dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la presencia de Nuestro Padre común, descubriremos la grandeza de los valores que Nuestro Santo Padre celestial desea inculcarnos. Si nos adaptamos al cumplimiento de la voluntad de Dios, comprenderemos, al recordar la Transfiguración del Señor (MT. 17, 1-9), que meditamos el Domingo II de Cuaresma del presente Ciclo A de la Liturgia de la Iglesia Católica, la importancia que tiene para nosotros, el hecho  de que seamos transfigurados y configurados, a imagen y semejanza de Nuestro Señor Jesucristo. Recordemos que, si queremos contarnos entre los bienaventurados hijos de Dios y de su Iglesia, bueno será para nosotros el hecho de lograr vivir para Cristo, cumplir la voluntad de Cristo, aceptar el pensamiento de Cristo, sufrir y gozar la vida en Cristo, y morir en Cristo, en conformidad con las palabras de San Pablo: (GÁL. 2, 20). Cuando San Pablo nos dice: "Ya no soy yo quien vive", afirma que ha comenzado el proceso de su adaptación total a la forma de pensar y actuar de Nuestro Salvador. A pesar de esta realidad, siendo consciente de su debilidad, San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto: (1 COR. 9, 26-27; 1, 1). A pesar de haber sido elegido Apóstol de Cristo, y a pesar de que intentaba adaptarse a la forma de ser de Nuestro Salvador, San Pablo permanecía en guardia contra su debilidad, porque él, que cristianizó a muchos, no quería perder la salvación que anheló durante los años que se prolongó su ministerio apostólico.

   ¿Qué nos enseña esta forma de San Pablo de vigilar su conducta? Recientemente he conocido a un sacerdote que se ha enfadado mucho con una de sus feligresas que le ha reprochado que pasa muy poco tiempo en el confesionario. El citado sacerdote, que se ha tomado muy a pecho el hecho de ser ministro de Cristo, -de lo cual alardea orgullosamente-, siente rabia de que una simple feligresa suya, la cual es una pecadora recién convertida, haya tenido el atrevimiento de recordarle su deber. En ciertas situaciones, quienes tenemos personas bajo nuestra responsabilidad a quienes transmitirles nuestros conocimientos, -independientemente de que seamos padres, profesores, catequistas, religiosos...-, corremos el riesgo de actuar en base a los esquemas con que empezamos a llevar a cabo nuestra labor en un tiempo en que los mismos eran válidos, y, con tal de no adaptarnos a las circunstancias del mundo que nos rodea, -circunstancias que nos afectan tanto a quienes tenemos la responsabilidad de formar como a nosotros-, preferimos perder el tiempo quejándonos de que no somos comprendidos, mostrándonos molestos porque el mundo evoluciona para su mal. En este caso, somos capaces de hacer cualquier cosa, con tal de no ser nosotros quienes nos adaptemos a quienes necesitan nuestros conocimientos.

   Dado que muchos católicos hemos tenido una vida espiritual estática, que, aunque no se ha extinguido, es como un pájaro al que no le hemos permitido por diversas causas que le crezcan alas, cuando se nos habla de que debemos adaptar la predicación del Evangelio a las circunstancias que caracterizan el mundo en que vivimos, ponemos el grito en el cielo, porque nos parece que nos están exigiendo que cambiemos el contenido tanto de la Biblia como de los documentos de la Iglesia y las celebraciones a las que nos hemos acostumbrado a asistir. Yo empecé a predicar en Internet el pasado año 2002. Antes de comenzar la citada labor, en la segunda mitad de los años noventa, escribí un libro adaptado a la forma de predicar que también conocemos quienes nos cristianizamos hace varias décadas, que no les dice nada a quienes son jóvenes de este siglo. Dado que mi libro de meditaciones bíblicas y de mi testimonio personal no tuvo éxito, y mi trabajo en Internet no era leído apenas, me vi obligado a cambiar bruscamente mi forma de predicar, lo cual, gracias a Dios, está produciendo resultados buenos, pero a largo plazo. Naturalmente, el cambio que se ha operado en mi mente ha sido difícil de llevar a cabo, porque, cuando nos adaptamos a una forma de proceder, ¿cómo vamos a cambiar la misma fácilmente? ¿He cambiado el contenido de la Biblia o de los documentos de la Iglesia al cambiar mi forma de predicar? No he hecho los citados cambios, así pues, lo que he hecho, es cambiar el tedioso afecto de muchos predicadores de imponer la salvación como una meta inmerecida, pero tediosa e inalcanzable (tenemos que... Es necesario hacer... Si no logramos... Dios nos exige...), por la amena narración de los textos bíblicos, haciendo de los mismos en ciertas ocasiones dinámicas catequéticas fáciles de comprender tanto para los niños como para los adultos, en lo cual mi mujer me ha ayudado mucho, pues me ha sometido a un rol que me ha hecho adaptarme a la mentalidad de quienes desconocen el Evangelio, con tal de que mi predicación sea válida tanto para creyentes como para desconocedores de la Biblia. He constatado que a muchos de mis lectores les gusta que incluya datos extrabíblicos en mis meditaciones dominicales, con tal de que las mismas sean más amenas, y muchos religiosos y laicos me felicitan por haber aprendido la diferencia que existe entre imponerles y proponerles el Evangelio a mis lectores.

   ¿Por qué os cuento mi experiencia? Con tal de ganar almas para Cristo, ¿qué importan los cambios que tengamos que llevar a cabo en nuestra forma de evangelizar? Por consiguiente, independientemente de que seamos religiosos o laicos, apliquémonos las siguientes palabras de San Pablo: (1 COR. 9, 19-22).

    1. Jesús se nos da a conocer (JN. 9, 1).

   De la misma manera que Jesús vio al ciego que protagoniza el Evangelio que meditamos este Domingo IV de Cuaresma cuando iba de camino, Nuestro Señor es quien toma la decisión de que nos convirtamos al Evangelio, así pues, Jesús es quien nos llama a vivir en la presencia de Nuestro Padre común. Este hecho resulta extraño a los ojos de un mundo en que se nos exigen muchas cosas para que podamos vivir dignamente. Para demostrar esta rara realidad, pensemos: ¿Qué exigencias les impuso el Señor a aquellos de sus discípulos a quienes convirtió en los Doce Apóstoles? San Marcos responde esta pregunta en su Evangelio (MC. 3, 13).

   ¿Qué méritos tenían aquellos discípulos de Nuestro Salvador para merecer la dignidad de asumir la responsabilidad del Apostolado?

   ¿Qué méritos tenemos nosotros para que Jesucristo nos haya otorgado el don de la fe? San Pablo responde esta pregunta, en los siguientes términos: (EF. 2, 8-10). Las palabras del Apóstol no dejan de sorprendernos. No alcanzaremos la salvación por el mérito que se les puede atribuir a nuestras buenas obras, sino porque somos el objeto directo del amor de Nuestro Padre común, quien nos ha trazado el camino que podemos recorrer para vivir en su presencia, no porque ello obedece a sus caprichos, sino porque, al relacionarnos con Él y nuestros prójimos los hombres, podremos alcanzar la plenitud de la felicidad, cuando seamos totalmente purificados y santificados.

   Para poder comprender el Evangelio de hoy, se nos muestra útil el hecho de reflexionar sobre la vida de un colectivo al que no le prestamos mucha atención, a pesar de que a veces le ofrecemos nuestra ayuda. Os hablo de los ciegos. Desde hace varios siglos, en muchos países, se han realizado esfuerzos para que los tales accedan a la formación, e incluso muchos de ellos han tenido la oportunidad de tener puestos de trabajo que han requerido de los mismos una gran responsabilidad. Normalmente, vemos a los ciegos caminar acompañados de sus familiares, amigos u otras personas cuyos servicios pagan muchas veces con tal de no encontrarse solos, y, en muchos casos, los vemos valiéndose tanto de sus perros guía como de sus bastones blancos, lo cual les suple de invertir cantidades de dinero respetables en el pago de los servicios de sus lazarillos. A pesar de que cada día muchos invidentes adquieren conocimientos a fin de poder trabajar -a modo de ejemplos, dentro del campo de la Informática y de los idiomas-, nuestras sociedades no terminan de hacerse cargo de que los tales pueden trabajar como quienes ven perfectamente, siempre que su deficiencia visual no haga imposible  la realización de sus actividades laborales.

   El hecho de pensar en la forma en que se desenvuelven los ciegos, nos ayuda a meditar sobre la realidad de que no nos dejamos iluminar totalmente por la luz de Cristo, a quien conocemos como la luz indeficiente de Dios. Cuando Nuestro Señor vivió en Palestina, dado que los ciegos no podían llevar a cabo una vida normal de trabajo y de desempeño de su papel en las familias en que no podían constituirse, se decía que los tales, junto a los estériles y los leprosos, eran un colectivo maldito de Dios. Los judíos consideraban que los defectos corporales congénitos eran causados por los incumplimientos de la Ley de los enfermos o por los pecados de las tres o cuatro generaciones de los antepasados de quienes los padecían (ÉX. 20, 4-6). Dado que los ciegos estaban privados de la posibilidad de trabajar, muchos de ellos vivían de la mendicidad. Por otra parte, la simbología bíblica, nos demuestra que, además de la ceguera física, existe la ceguera espiritual, la cual es padecida por quienes no aceptan las razones que mueven a Dios a desempeñar el papel de nuestra creación, nuestra redención y nuestra santificación.

   La ceguera simbolizaba la opresión del pueblo de Israel dominado por sus conquistadores. Veamos varios ejemplos de ello.

   Los siguientes textos hacen referencia al día en que experimentaremos la plenitud de la salvación, simbolizada por la apertura de los ojos de los ciegos (IS. 29, 18; 35, 5).

   Dios envió a su Siervo al mundo, con la siguiente misión: (IS. 42, 7; 18-20. SAL. 146, 8).

   (JN. 1, 1-5). La ceguera hace referencia a quienes han vivido sufriendo por cualquier causa durante toda su vida o durante un periodo de tiempo lo suficientemente largo como para que se hayan acostumbrado a aceptar su situación, sin ni siquiera albergar el pensamiento de que la misma pueda cambiar positivamente algún día.

   Muchas veces creemos que, el hecho de que muchos depresivos no hagan nada para superar su situación, significa que los tales desean seguir aferrados a su sufrimiento. Esto es incierto, pues, quienes se encuentran en esa dramática y desesperada situación, son como quienes son explotados hasta el punto en que ellos mismos olvidan que tienen dignidad y consecuentemente derechos, simplemente, porque son personas. Muchos de quienes viven explotados, aunque saben que se les ha privado de la dignidad que merecen porque son personas e hijos de Dios, están tan acostumbrados a su situación, que ni siquiera piensan en la posibilidad de superar su estado de miseria.

   Si Cristo se acerca a nosotros por medio de la Biblia, de los predicadores de su Iglesia, y de las circunstancias que vivimos, acojamos su invitación a alcanzar la salvación.

   (MC. 1, 15). A pesar de que quizás no podemos constatar que el Reino de Dios se ha acercado verdaderamente a nosotros, atendamos a la petición que nos hace San Pablo, en los siguientes términos: (2 COR. 5, 20). No debemos reconciliarnos con Dios únicamente porque somos más imperfectos que Él y su justicia requiere que seamos purificados para que podamos vivir en su presencia, sino porque, el desconocimiento que tenemos de Nuestro Padre común, nos impide tener y ejercer fe en Él. La visión negativa de las cuestiones relativas al sufrimiento cortan las alas de nuestra débil fe, y por ello nos resistimos a vivir cumpliendo la voluntad del Dios Uno y Trino. Con tal de que no acusemos a Dios de que nos exige que recorramos un camino imposible para que podamos alcanzar la plenitud de la felicidad, San Pablo nos recuerda que Jesús tuvo una vida muy dolorosa, a fin de que comprendamos que el dolor solo es un elemento purificador, capaz de perfeccionarnos la fe (2 COR. 5, 21).

    2. La utilidad de la existencia del mal (JN. 9, 2-3).

   Los judíos creían que las enfermedades que padecían eran el justo castigo que merecían, tanto por los pecados que habían cometido, como por las transgresiones de sus antepasados, en el cumplimiento de la Ley de Dios. Aunque actualmente la inmensa mayoría de los católicos desconocen la Palabra de Dios escrita en la Biblia, muchos de ellos han heredado la citada creencia de los judíos, de hecho, soy incapaz de contar la cantidad de correos electrónicos que recibo de lectores deseosos de saber qué han hecho para que Dios les castigue, tanto con las enfermedades que padecen, como con los problemas de otra índole que tienen que sobrellevar. Aunque nos es imposible saber por qué contraemos una enfermedad cualquiera, o por qué tenemos problemas con algunos de nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, nos es útil recordar las siguientes palabras de Jesús: (JN. 9, 3).

   ¿En qué sentido resplandece el poder de Dios en nuestras dificultades? Aunque podemos vencer muchos de nuestros problemas, y puede sucedernos que nos veamos forzados a vivir con muchas dificultades durante todos los días de nuestras vidas, el poder de Dios resplandece en la debilidad que nos caracteriza, si nuestra manera de sobrevivir a tales dificultades, mejora la calidad de nuestra personalidad. No sin razón dicen los mejicanos: "Las dificultades te crecen". Recordemos las palabras que dijo Jesús en el relato de la muerte y resurrección de Lázaro, que meditaremos ampliamente el próximo Domingo V de Cuaresma del Ciclo A: (JN. 11, 4).

   A veces la visión que tenemos de nuestras dificultades prueba la fe que tenemos hasta el punto en que la misma puede fortalecerse inmensamente o extinguirse para siempre, así pues, aunque Jesús profetizó que la enfermedad de su amigo Lázaro no acabaría con la muerte, el hermano de María y Marta, permaneció muerto durante más de tres días.

   Tengamos en cuenta que las situaciones dolorosas que vivimos no son castigos, sino oportunidades que tenemos de crecer espiritualmente. Por otra parte, aunque Dios permite que suframos, Él no es indiferente ante el mal porque utiliza el mismo en nuestro beneficio, así pues, Nuestro Santo Padre no desea que padezcamos por ninguna causa.

   El Evangelio es un mensaje tan optimista, que, cuando lo aceptamos plenamente, nos impulsa a superar muchas situaciones dolorosas. Hay gente que sufre por cualquier motivo y tiene la esperanza de superar su situación dolorosa, pero también hay quienes, después de perder la esperanza de superar la adversidad que les caracteriza, no saben lo que quieren porque están convencidos de que para ellos no hay nada bueno en la vida porque se les ha quitado la posibilidad de alcanzarlo o porque simplemente no lo merecen. Es necesario que, de la misma forma que Jesús le hizo comprender al ciego de nacimiento que podría ver la luz que desconocía, nosotros les enseñemos a los humillados de este mundo que pueden mejorar su calidad de vida.

   A veces, los predicadores corremos el riesgo de quejarnos porque el mundo no acepta el Evangelio, y no nos percatamos de que nosotros podemos ser los responsables de esta triste realidad, porque puede suceder que no estemos aportando nuestro mejor esfuerzo al hecho de ayudar a nuestros prójimos los hombres a abrir los ojos de la fe.

   3. Jesús es la luz del mundo (JN. 9, 4-5).

   En las palabras de Jesús que estamos meditando, el día significa el tiempo en que podemos cumplir la voluntad de Dios, y, la noche, significa el tiempo en que se nos debilita o perdemos la fe. Otro simbolismo del día, es el tiempo transcurrido desde que Jesús comenzó su Ministerio público hasta la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por Tito y Vespasiano el año setenta del siglo I de la era común. La noche, puede significar, tanto el tiempo en que Jesús estuvo muerto, como el tiempo posterior a la destrucción de Jerusalén, así pues, en ambos casos, la fe de los creyentes fue probada duramente.

   Recordemos que nuestra comprensión de las circunstancias vitales que vivimos no siempre es compartida por Dios, dado que Él ve con una luz diferente a la que percibimos por medio de nuestro raciocinio. Mientras que nuestras vidas son limitadas por los años que permanecemos en este mundo, Aquél que nunca morirá, tiene su tiempo para actuar, y siempre se mueve en conformidad con la defensa de nuestros intereses.

   El hecho de que Nuestro Señor es la luz del mundo, hace referencia al cumplimiento de la misión que Nuestro Santo Padre le encomendó (IS. 46, 6. 49, 6).

   Al ser Nuestro Señor la luz del mundo, la misión de Jesús, consiste en abrir los ojos de los ciegos, lo cual se traduce en el hecho de iluminarnos con su luz (IS. 42, 6-7).

   4. Da lo mejor de tu ser (JN. 9, 6).

   Jesús curó al citado ciego con su saliva (los judíos creían que la saliva era transmisora de energía vital, es decir, de aliento espiritual) y con un poco de la tierra de la que Nuestro Padre común creó al hombre. El lodo hecho con saliva, significa que el hombre fue hecho de la tierra, y con el Espíritu de Jesús. Naturalmente, este significado no se refiere a la generación del hombre imperfecto, sino a la creación del nuevo hombre nacido del Bautismo y del Espíritu de Dios, que estamos llamados a ser en el amor del Unigénito de Dios, miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

   El Señor se hubiera podido valer de muchos gestos para curar a dicho ciego, pero utilizó su saliva, para enseñarnos a no buscar la felicidad fuera de nuestro interior. Desgraciadamente, sabemos que mucha gente se desprecia porque se siente fracasada. Recordemos que, después de buscar a Dios (la felicidad) en toda la creación, San Agustín solo pudo encontrar a Nuestro Creador en su interior.

   ¿Dónde está nuestra felicidad?

   ¿Qué personas o cosas constituyen los motivos que nos hacen sentirnos alegres?

   ¿Buscamos a Dios idolatrando cosas que no nos hacen felices?

   ¿Nos hemos percatado de que debemos buscar la felicidad en el sinfín de actos cotidianos que, aunque parecen carecer de importancia, hacen de nosotros las personas que llegamos a ser?

   Jesús curó al ciego de nacimiento con saliva y tierra, y a nosotros nos ha concedido una familia que, aunque a veces nos hace sufrir, es la mejor del mundo, simplemente, porque es la única que tenemos.

   Quizás Dios nos ha ayudado a encontrar un trabajo mediante el que podemos santificarnos y contribuir al mantenimiento de nuestra familia. ¿Recorreremos esa vía de santificación aportando nuestro mejor esfuerzo para vivir como cristianos auténticos?

   Dios nos ha dado los amigos que nos comprenden y ayudan cuando tenemos problemas. ¿Somos conscientes de que cerca de nosotros hay gente que vive aislada?

   Seguramente no tenemos todo lo que nos gustaría conseguir, ni vivimos las circunstancias que siempre hemos deseado, pero, a pesar de ello, teniendo en cuenta que la mayor parte de la humanidad vive bajo los efectos de la pobreza, ¿no debemos darle gracias a Dios por quienes somos, por lo que hemos llegado a ser y por todos los bienes que nos ha concedido?

   5. ¿Vivimos cumpliendo la voluntad de Dios? (JN. 9, 7).

   Apenas decidimos convertirnos al Señor, Él nos pide que cumplamos su voluntad, que consiste en ayudarnos a encontrar la felicidad, relacionándonos tanto con Dios, como con nuestros prójimos los hombres. El hecho de que el ciego recobró la vista al obedecer a Jesús, significa que, si cumplimos la voluntad de Dios, Él nos hará el objeto directo del cumplimiento de sus promesas (SAL. 119, 16).

   Dado que el ciego no sabía lo que es la luz, Jesús pasó a la acción sin preguntarle si quería ver. El hecho de que el ciego fue a la piscina de el Enviado a lavarse los ojos, significó que el Señor le puso ante la opción de darle la vista, y ante la opción de que no se curara, a fin de que tomara la decisión que considerara mejor según su punto de vista, porque Dios nunca actúa negándonos el hecho de actuar en conformidad con la libertad que nos ha concedido, aunque nos valgamos de la misma para incumplir su voluntad, y, consecuentemente, para perjudicar a nuestros prójimos y para hacernos daño a nosotros.

   El ciego estaba acostumbrado a la oscuridad característica de su vida, así pues, este es el significado del hecho de que estaba totalmente conforme con su situación de inferioridad, con respecto a sus hermanos de raza que no padecían dicha enfermedad. Por nuestra parte, hasta que no conocemos a Dios, tampoco deseamos convertirnos a su Evangelio de salvación. Dios actúa por medio de la Biblia, los documentos de la Iglesia, los predicadores de su Palabra, y las circunstancias que vivimos para dársenos a conocer, y, nosotros, de la misma manera que el ciego se lavó los ojos con tal de ver en la piscina de Siloé, tenemos que optar por creer en Dios, o por ignorar a Nuestro Santo Padre.

   6. ¿Damos testimonio de nuestra fe? (JN. 9, 8-9).

   Una vez que nos convertimos al Señor, en el medio en que vivimos, surgen preguntas con respecto a nuestra conducta, porque extraña el hecho de que nos ciñamos a la aceptación de valores que quizá rechazamos en nuestras vidas pasadas, así pues, de la misma manera que el ciego no sintió vergüenza a la hora de reconocer que Jesús le había curado tal como veremos más adelante, no sintamos temor a la hora de reconocer que somos cristianos, y apliquémonos las siguientes palabras de San Pablo: (2 TIM. 4, 2).

   Si amamos a Dios, es razonable el hecho de que prediquemos su Palabra, porque San Juan Evangelista, escribió en su primera Carta: (1 JN. 4, 20).

   Si la ceguera representa las situaciones extremas en que los hombres pierden la esperanza de superar sus dificultades, también simboliza las situaciones de tiranía aprovechadas para no socorrer a quienes sufren, bajo el pretexto de que los tales padecen por voluntad de Dios.

   De la misma manera que la curación del ciego suscitó la curiosidad de sus conocidos, la acción de los cristianos en el mundo, también es objeto del deseo existente de conocer las razones que nos impulsan a actuar de acuerdo a la fe que profesamos. Esta es la razón por la que debemos vivir amoldados al cumplimiento de la voluntad de Dios, ofreciéndole a Nuestro Padre común el acto penitencial de ser valientes tanto delante de Él como de nuestros hermanos los hombres, reconociendo el mal que hemos hecho, tanto por equivocación, como conscientemente, sin ignorar el daño que hemos hecho, antes de actuar.

   7. La huella de Jesús. (JN. 9, 10-12).

   A pesar de que vivimos en un tiempo en que hasta muchos que se dicen creyentes en determinadas circunstancias afirman no tener fe con tal de no sentirse ridiculizados en ningún momento, vivimos buscándole el sentido, si no a todos los momentos de nuestras vidas, al menos, a las circunstancias cuya comprensión escapa al conocimiento que tenemos de las mismas. Necesitamos creer en alguien o en algo que nos ayude a vivir, especialmente, cuando sufrimos por cualquier causa. Aunque Jesús desapareció del escenario en que curó al ciego de nacimiento lo más rápidamente que pudo con tal de no publicitarse como milagrero, su huella quedó impregnada en el prodigio que realizó, de la misma manera que, en cada ocasión que hagamos el bien, el mundo debería de ver en nosotros el reflejo de nuestro Salvador.

   8. ¿En qué tiempo es conveniente que aliviemos el dolor de quienes sufren? (JN. 9, 13-14).

   Dado que Jesús había efectuado un prodigio en un día en que los judíos debían dedicarse exclusivamente al culto religioso y al reposo de sus trabajos, los fariseos, -los responsables de la instrucción religiosa del pueblo-, tenían el deber de verificar si dicha obra se había llevado a cabo verdaderamente. Por otra parte, dado que dichos fariseos eran enemigos jurados de Nuestro Redentor, aprovecharon la circunstancia de que Jesús infringió la Ley de Israel curando a un enfermo un día de reposo, para tener una causa más por la que esforzarse en eliminar al Hijo de María.

   El hecho de que los fariseos se negaban a que los enfermos fueran curados en los días festivos, es equiparable a las causas que producen el efecto de que nos neguemos a socorrer a los necesitados de dádivas espirituales y materiales. Antes de dejarnos arrastrar por el pecado de no atender a quienes nos necesitan, imitemos a Nuestro Salvador (JN. 5, 16-17).

   En una ocasión en que Nuestro Señor le curó la mano atrofiada a uno de sus oyentes, Jesús les dijo a sus adversarios: (MC. 3, 4-6).

   9. Un motivo generador de discordia (JN. 9, 15-16).

   Si bien podía considerarse la posibilidad de que Jesús y el que pudo fingir que era ciego llegaron a al acuerdo de fingir la realización del citado prodigio falso con tal de que el Señor tuviera la oportunidad de promocionarse como sanador, el hecho de que muchos que decían conocer a aquel hombre eran testigos de que siempre había sido ciego, hacía que los fariseos, al principio del interrogatorio que le hicieron a la víctima de su búsqueda de argumentos para atacar a Jesús, consideraran que el prodigio fue hecho realmente.

   Dado que el que había sido ciego fue curado en día de reposo, este hecho, más que ser una razón por la que el recién curado debía ser felicitado, era un argumento para actuar contra Jesús, pues, el hecho de que había realizado un acto de curación cuando no debía haberlo podido hacer por ser Sábado, era un signo evidente de que el Mesías era un pecador despreciable. A pesar de ello, los fariseos debían responderse la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que un pecador haya sido dotado por Dios para darle la vista a un ciego de nacimiento? Dado que los fariseos se dividieron entre sí, acordaron hacer lo que todos querían a partir de la discusión que mantuvieron, lo cual consistía en aprovecharse del prodigio que en un principio fue el objeto de su controversia, para convertirlo en una poderosa razón por la que intentar eliminar al autor del mismo.

   ¿Nos escandaliza la forma tan mezquina de proceder de los fariseos? Si respondemos esta pregunta afirmativamente, tenemos que responder también el siguiente interrogante: ¿Cómo es posible que los hijos del Dios del amor, que militamos en miles de denominaciones cristianas, permanezcamos divididos, no solo entre hermanos de diferentes iglesias -o congregaciones-, sino que también lo hacemos dentro de las iglesias -o congregaciones- de las que formamos parte?

   10. El que fue ciego, dio su testimonio de Jesús ante los fariseos (JN. 9, 17).

   Existen líderes religiosos y políticos que, cuando presienten que el poder que ejercen empieza a debilitarse, recurren a la práctica de la coerción, con tal de mantener el mismo. Dado que para los fariseos no era tan importante el hecho de verificar el prodigio que hizo Jesús, como lo era en cambio la idea de eliminar al Mesías, tomaron la decisión de interrogar al ciego con respecto a su imagen del Señor, pues estaban dispuestos a extinguir la fe de cada uno de los seguidores del Profeta de Nazaret, sin escatimar los esfuerzos que tuvieran que hacer, con tal de lograr su propósito.

   El que había sido ciego, posiblemente, quizás nunca mantuvo contacto con Jesús, pero, el hecho de que le había curado, le hacía creer que el Señor actuaba en base al cumplimiento de la voluntad de Dios. Este pensamiento fue muy problemático para el recién curado, dado que, para sus interlocutores, lo verdaderamente trascendental, no era averiguar la procedencia del poder de Aquel de quien se convirtieron en enemigos jurados, sino eliminarlo como diera lugar.

   11. La actuación de quienes se aprovechan de su fe cuando ello les es conveniente (JN. 9, 18-23).

   Los fariseos interrogaron a los padres del que había sido ciego, con tal de promover la hipótesis de que aquel hombre nunca había carecido de visión, y de que su ceguera había sido pactada con Jesús, con tal de que el Mesías hubiera podido fingir la realización de un falso prodigio, con tal de poder enriquecerse como sanador. Sorpresivamente, los padres del protagonista del Evangelio que estamos considerando, con tal de no ser expulsados de la sinagoga, -ya que ello significaba la exclusión de su comunidad religiosa, y el hecho de ser discriminados durante toda su vida por sus hermanos de raza-, no se pusieron de parte de su hijo y de Jesús, pero tampoco apoyaron la hipótesis que sus interlocutores deseaban difundir, con tal de que la gente olvidara aquel hecho.

   ¿Actuamos como lo hicieron los padres del que había sido ciego?

   ¿Nos acercamos a Dios cuando necesitamos que Nuestro Padre común nos favorezca, y nos olvidamos de Él cuando el hecho de reconocernos cristianos nos va a producir dolores de cabeza?

   12. Los fariseos presionaron al que había sido ciego para que no promulgara cómo Jesús le concedió la oportunidad de ver (JN. 9, 24-27).

   Dado que los fariseos no consiguieron el apoyo de los padres de su víctima para lograr el objetivo que se propusieron, aprovechándose del hecho de que el que había sido ciego estaba solo ante ellos, tomaron la decisión de obligarlo a reconocer que Jesús era un pecador, y que nunca había sido ciego. Aunque los judíos tenían la creencia de que los pecadores no podían realizar las obras divinas, se aprovecharon de la ignorancia religiosa de la gente sencilla, para promover la idea de que, aunque tuvieran que reconocer el hecho de que Jesús había curado a aquel hombre, era necesario rechazar al Mesías, porque efectuó la citada obra en día de reposo.

   El que había sido ciego, cansado de que lo presionaran, se excomulgó a sí mismo como veremos seguidamente, cuando los fariseos consideraron que se mofaba de ellos, cuando les preguntó si querían hacerse discípulos de Jesús.

   13. Los fariseos expulsaron de la sinagoga al que había sido ciego (JN. 9, 28-34).

   Una vez que la mayoría de los integrantes de las sectas en que se practica la coerción por parte de los líderes de las mismas se integran en sus nuevos sistemas de creencias, son muy reacios a adquirir ideas contrarias a las de sus líderes, porque, al percatarse de que pierden el contacto con todas las personas no relacionadas con su entorno religioso, tienen miedo de no ser capaces de afrontar el aislamiento que deben sufrir. Una vez fue expulsado de la sinagoga el que había sido ciego, éste debió pensar que más le hubiera valido que Jesús se hubiera negado a ofrecerle la oportunidad de ver, pues ello debía serle preferible al hecho de verse como un judío renegado de su fe, lo cual tenía consecuencias muy lamentables.

   El protagonista del Evangelio que estamos considerando, debió haberse arrepentido de haber recibido la vista, porque los fariseos lo presionaron para que creyera que estar de parte de ellos equivalía a estar de parte de Dios, y, el error que cometió al aceptar la curación de su vista, era un motivo de pecado, por cuanto en sábado no estaba permitido el hecho de curar a los enfermos. La dimensión del citado pecado hacía que el mismo fuese muy grave, pues el que antes fue ciego no solo fue curado en sábado, sino que, según el punto de vista de los fariseos, fue curado por un pecador. Aunque el que dejó de ser ciego estaba seguro de que la garantía de que Jesús hacía prodigios significaba que Nuestro Señor no podía ser pecador, se vio con un problema que no podía resolver, el cual era el abandono que tuvo que afrontar en cuestión de una cantidad de tiempo muy reducida.

   14. El que antes fue ciego aceptó a Jesús como Mesías (JN. 9, 35-38).

   Dado que Jesús supo del abandono característico del que antes fue ciego, se hizo el encontradizo con él para consolarlo. En ciertas ocasiones, nuestros intentos de consolar a quienes sufren son vanos, porque no hilamos tan finamente como lo hacía Jesús. El que fue ciego en el pasado, cuando se encontró con Nuestro Señor, lo que menos debió imaginarse, es que, aquel nuevo encuentro con el Mesías, iba a ser su nacimiento a la comunidad cristiana que, aunque nació oficialmente el día de Pentecostés del año en que Jesús murió y resucitó de entre los muertos, vio la luz desde el momento en que Jesús comenzó su Ministerio público. El rechazo de los judíos que tenía por objeto arruinar la psicología del que había sido ciego, fue la puerta de acceso que hizo que el mismo se hiciera cristiano.

   Para quienes somos predicadores, puede ser tentador el hecho de enfrentarnos con nuestros hermanos de otras denominaciones cristianas, esgrimiendo muchos versículos bíblicos, con tal de jactarnos de que somos dueños de la verdad absoluta. Si se nos presentan estas oportunidades, lo que debemos hacer, es imitar a Jesús, en su acogida del queantes fue ciego, herido por las malas artes de religiosos avaros que solo pensaban en el bienestar de sí mismos, y permanecer atentos, para atraer a nosotros a quienes son maltratados por los líderes de las religiones y sectas en que los tales militan.

   15. Jesús nos insta a que le dejemos librarnos de los efectos de la ceguera espiritual (JN. 9, 39-41).

   La justicia de Jesús consiste en que aprendamos a ver con los ojos de la fe, y en cegar a quienes manipulan la verdad divina, adaptándola a la consecución de sus intereses personales. Jesús nos dice que si reconocemos el mal que hemos hecho ante Dios y los hombres seremos absueltos de nuestros pecados, y que, si persistimos en nuestros errores, renunciaremos a la salvación.

   Concluyamos este primer estudio bíblico, pidiéndole a Nuestro Padre común, que nos enseñe a adaptarnos al cumplimiento de su voluntad, pues en ello radica el hecho de que alcancemos la felicidad.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com