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La sabiduría. (Meditación de la primera lectura del Domingo II después de Navidad).

   Meditación.

   1. La sabiduría.

   Meditación de ECLO. 24, 1-4. 12-16.

   La sabiduría, -según el Diccionario de la R. A. E.-, es el grado más alto del conocimiento en general, y la conducta prudente que necesitamos observar. Los orientales y los occidentales no tenemos el mismo concepto de la sabiduría, pero, dado que ambos conceptos son interesantes, merece la pena equipararlos, porque necesitamos conocer el mundo exterior, y la espiritualidad.

   Para el autor del texto que estamos considerando, la sabiduría llegó a ser la verdad plena que debe ser deseada, buscada y encontrada por el hombre. Es importante conocer dicha sabiduría, porque la misma es la creadora de la humanidad. Esta es la razón por la que afirmamos que, cuanto se dice respecto de la sabiduría en el capítulo 8 del libro de los Proverbios de Salomón es aplicable a Jesucristo, quien es la sabiduría increada divina.

   Mientras que para los occidentales los sabios tienen una gran capacidad intelectual, para los orientales, los sabios son los maestros capacitados para enseñar a vivir desde el punto de vista de la espiritualidad, por lo que son grandes conocedores de las respuestas a todos los interrogantes misteriosos relacionados con la vida.

   Mientras que los sabios occidentales investigan todo lo abarcable por la ciencia humana, los sabios orientales investigan la trascendencia humana, e intentan conocer a la Divinidad Suprema.

   Mientras que los sabios occidentales buscan la perfección de las cosas, los maestros orientales buscan la perfección humana, la cual no consiste en que actuemos como máquinas que no pueden cometer fallo alguno, sino en que crezcamos espiritualmente.

   Mientras que en Occidente el hecho de tener poder, prestigio y riquezas es muy importante, para los autores de la Biblia orientales, el valor de los hombres se mide por su fe en Dios, y el ejercicio de sus virtudes.

   Para los cristianos practicantes, Jesucristo es la sabiduría increada que anhelan alcanzar. Tal sabiduría no se alcanza asistiendo a innumerables actos de culto, sino teniendo fe en Dios, y practicando las virtudes recibidas del Espíritu Santo.

   Veamos las características de la sabiduría de Dios personificada en Jesús de Nazaret.

   1. La sabiduría divina no es estática, sino dinámica. En el Evangelio correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando, descubrimos que la sabiduría divina creó el mundo (JN. 1, 3), creó la vida que llegó a ser la luz de los hombres (JN. 1, 4), el pecado jamás la venció (JN. 1, 5), los hombres la rechazaron a pesar de ser su creadora (JN. 1, 10-11), hace hijos de Dios a quienes la reciben en sus corazones (JN. 1, 12-13), se hizo Hombre y acampó entre nosotros (JN. 1, 14), y nos ha revelado la verdad del Dios a quien sólo Él ha visto (JN. 1, 18). La auténtica sabiduría no hace que nos encerremos en nuestro interior, pues se expresa en las obras que nos ayudan a superarnos y a contribuir a la construcción de un mundo más humano que el actual. Muchos cristianos entienden esta sabiduría incorrectamente como un tesoro que han de guardar celosamente, y por ello se dedican a orar y a leer la Palabra de Dios, evitando hacer el bien. La sabiduría cristiana no está escrita en ningún libro, -ni siquiera en la Biblia-, pues es el seguimiento de Jesús de Nazaret, y se traduce en acciones creadoras y transformadoras que nos ayudan a ser mejores personas. Si ignoramos tales acciones, de poco nos servirán las largas horas de oración y meditación.

   2. La sabiduría es vida. La sabiduría divina creó todo cuanto existe (JN. 1, 3), y es la luz verdadera que ilumina a los hombres (JN. 1, 9). San Juan también nos informa en su Evangelio de que hemos recibido gracia por gracia de la plenitud de la sabiduría (JN. 1, 16).

   La verdadera sabiduría es creadora de la vida. Los cristianos nos dividimos en activistas y quietistas, hasta el punto de cometer el error de dejarnos llevar a uno de los dos extremos, pues necesitamos conocer el mundo exterior y relacionarnos con quienes nos rodean, y crecer a los niveles espiritual y material. La verdadera sabiduría no debe impedir que nos relacionemos con el mundo, pues los cristianos tenemos la misión de difundir el Evangelio, cosa que no podemos hacer de ninguna manera encerrándonos en nuestro interior, y evitando relacionarnos con nuestros prójimos los hombres.

   La verdadera sabiduría no debe inducirnos a anular nuestras capacidades, sino a potenciarlas. Los cristianos hemos sido llamados a vivir siempre insatisfechos, hambrientos de conocimiento y necesitados de alcanzar nuevos horizontes. La verdadera sabiduría es el motor que nos mantiene en movimiento y por tanto haciendo todo lo que esté a nuestro alcance en cada momento de nuestras vidas, con el fin de que no nos estanquemos contemplando los problemas que no podemos resolver momentáneamente, ni nos acomodemos cuando nos sintamos confortados por el Señor, evitando crecer a todos los niveles, y socorrer a quienes necesiten nuestros dones espirituales y materiales.

   3. La sabiduría es luz. La sabiduría divina es la luz que necesitamos para superar el error y llegar a ser poseídos por la verdad que nos hará libres (JN. 8, 32). En los inicios del Cristianismo se llamaba "iluminados" a quienes se bautizaban, porque adquirían el conocimiento del sentido de la vida. La luz de la sabiduría divina nos permite conocer a Dios y tener la dicha de cumplir su voluntad, consistente en que la sabiduría no tenga impedimento alguno para salvar las almas que le han sido encomendadas, y las resucite en el último día (JN. 6, 39).

   Es difícil definir la sabiduría. Los cristianos hemos adquirido muchos conceptos filosóficos y tenemos dogmas que nos diferencian tanto de nuestros hermanos cristianos de denominaciones diferentes a las nuestras como de los seguidores de otras religiones, pero yo me pregunto si tales conocimientos nos ayudan a ser más felices superando las dificultades que tenemos, y a encontrar el sentido de nuestras vidas. Desgraciadamente, los cristianos corremos el peligro de enriquecernos a nivel intelectual, y de no poner en práctica lo que aprendemos.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com