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Alabemos a Cristo, Nuestro Hermano y Señor. (Meditación para la Misa de la aurora de la Natividad del Señor).

   Meditación.

   Alabemos a Cristo, Nuestro Hermano y Señor.

   Todos los católicos, independientemente de nuestro estado social, hemos celebrado durante la noche el Nacimiento de Nuestro Hermano y Señor Jesús. Durante la primera parte del tiempo de Adviento preparamos nuestro corazón a recibir a Cristo en su Parusía, así pues, la aurora del día 25 de diciembre, significa la instauración del Reino de Dios entre nosotros, pues hoy ha amanecido sobre nosotros el Sol de justicia del que Zacarías habló el día en que fue circuncidado San Juan Bautista (LC. 1, 76-79).
   La justicia es una virtud que nos permite hacer que todos tengamos los bienes que nos corresponden (SAL. 7, 18). Alabemos al Señor ejercitando los dones y virtudes que hemos recibido por la inspiración del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. (SAL. 9, 8-11). Los oprimidos a los que se refiere el Salmista son quienes confían en Nuestro Padre común en los días en que son afligidos. Nuestro Padre común es un Juez justo que, al mismo tiempo que reprende a los injustos aunque en ciertas ocasiones creemos que ello no es cierto porque los criterios con que nos juzga son diferentes a nuestra forma de proceder a la hora de emitir juicios, sabe escuchar las oraciones de quienes intentan confiar en Él, aunque se sientan acorralados por sus problemas.
   Un ejemplo de fe muy digno de tener en cuenta para nosotros es el Profeta Jeremías, quien tuvo muchos problemas por atreverse a predecir que Israel sería absorbido por Babilonia por causa de las transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina de sus habitantes. Jeremías oraba en estos términos: JER. 15, 15-16.
   Otro ejemplo de fe digno a tener en cuenta es San Pablo (2 COR. 6, 3-10).
   Fue tanto el amor que Pablo de Tarso sintió por Cristo, que llegó a escribirles a sus lectores de Galacia las siguientes palabras: GAL. 2, 20. En algunas ocasiones en que he comentado el citado versículo de la Epístola que San Pablo les dirigió a los cristianos pertenecientes a la comunidad que él mismo fundó en Galacia, me han hecho la siguiente pregunta: ¿No crees que San Pablo actuaba como un fanático?
   A pesar de que durante algún tiempo el citado evangelizador persiguió a los cristianos de la primitiva Iglesia de Jerusalén, le dedicó muchos años a la evangelización después de que aconteciera su conversión al Evangelio. Nuestro Santo creyó durante mucho tiempo que Cristo estaba por concluir la instauración del Reino de Dios en el mundo en cualquier momento, por consiguiente, esta creencia debió infundirle un gran amor por aquél de cuya crucificción llegó a sentirse culpable.
   La última vez que San Pablo fue encarcelado por causa de sus convicciones religiosas, le escribió a su fiel amigo el obispo Timoteo , las palabras que encontramos en 2 TIM. 4, 6-8.
   Pablo murió por su amor a Cristo porque tenía fe (EF. 2, 8. 3, 12 y 17; 1 PE. 1, 3-5; 5, 10).
   San Pedro también nos dice que, si esperamos que Dios cumpla sus promesas, hemos de vivir como quienes tienen fe en Nuestro Padre común (1 PE. 1, 13, y 20-21).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com